miércoles, 9 de febrero de 2011


-Hola, Sara.
-Hola.
-¿Por qué no cogías el teléfono?

Ella mira al hombre malo y responde.

-He estado liada.
-¿Dos semanas?

[...]

El tío se impacienta, aprieta la punta del cuchillo en su garganta.

-...¿Qué quieres, Ángel?
-¿Eso es todo lo que me vas a decir?
-¿Qué quieres que te diga?
-No sé, tal vez qué te pasa- suspiró- Ya no quieres estar conmigo, ¿no?
-No he dicho eso.
-No, no has dicho nada.
-Ya.
-Pues tú dirás.

El tipo levanta la muñeca para mostrarle el reloj.

-Yo... no lo sé, Ángel. Ahora tengo muchas cosas en la cabeza, ¿sabes?
-¿Qué cosas?
-Cosa mías.
-Cosas tuyas... ¿qué coño es eso, Sara?- grita él.
-Pues eso, tío: ¡cosas mías!
-Estás con otro, ¿no? -el chico se cabrea por momentos- por eso no quieres saber nada de mí, ¿no?
-Que no, joder. -Sara se empieza a cansar- Que no es eso...
-¿Pues sabes qué te digo, tía lista? -hace una pausa, para continuar con aire triunfal- Que PASO DE TI, ¿te enteras?
-¿Qué?
-Lo que oyes, que te dejo. Se acabó.

Una lágrima rueda por su mejilla, ella tan sólo atina a decir "adiós".

Ángel enciende su cigarro. Por fin le había dicho cuatro cosas claras a la guarra esa. Fantasea pensando en cómo se arrastrará pidiéndole perdón, incluso empieza a planear cómo follarse a su amiga.

-No me gusta que hables con gente -dice el hombre malo, clavando levemente la hoja en la carne- sabes que ahora sólo hablo yo.

Ella solloza impotente: su pierna, el cabrón ya se había comido su pierna.

-¿Te gusta José Luis Perales?