lunes, 23 de mayo de 2011

4.-LECHE CALIENTE


-¿Sí?
-Soy maso.
-¿Quién?
-Maso. -carraspeo- Ayer querías quedar.
-Eh... sí... bueno, ando por Huelva, ¿quieres tomar algo?
-Vale, ¿dónde?
-¿Qué tal la plaza de toros?
-Mmmhh..ok.
-En una hora, frente al café.

Colgó. Me gustaba su voz. Ningún acento marcado, grave, pausada.
Llegué tarde a a cita, un poco antes de las seis, y al entrar en el local distinguí sólo una mesa con un hombre.
Estaba sentado de forma relajada, con las piernas cruzadas echándole un vistazo a el Marca. Unos cuarenta años, complexión delgada, camisa de marca y vaqueros.
Su pelo era negro, no muy corto, nariz algo aguileña y labios finos. La barba de varios días no ocultaba su atractivo, y no había signos de dejadez de su
vestuario, parecía más bien que siguiese la moda.
Casi me daba miedo acercarme, era distinto de lo que esperaba.

-¿No te sientas?- dijo sin despegar la vista del periódico.

Un "Hola" salió de mi boca de forma mecánica, y me senté rápidamente. Él cerró el diario y me miró a los ojos con una sonrisa irónica.

-Hola "Maso".
-Sari-corregí.
-Hola Sara, me llamo Antonio.- tendió su mano, y de pronto sentí que estaba en
una entrevista de trabajo.
-Un placer. Perdona, he llegado un poco tarde.
-No pasa nada, andaba por la zona.
-Bueno, ¿has pedido algo?
-No, te esperaba.
-El autobús no llegaba.
-¿No tienes coche?
-No, no me gusta, trabajo cerca de mi casa y tengo todo relativamente
cerquita, así que nada, a fomentar el transporte público- sonreí nerviosa, sin saber muy bien por qué me justificaba.
-Una chica ecológica, ¿eh?
-Sí bueno, pero ya se sabe: "el verde que se lo coman las vacas, que ya las vacas me las como yo"-reí.

El camarero apareció de la nada.

-Yo un café solo, y ella...
-Leche.
-¿Leche?¿leche sólo?- me miró extrañado el camarero.
-Sí, sólo leche, calentita por favor.- sonreí acostumbrada.
-Muy bien- dijo el tipo, y se marchó con la misma cara que si le hubiese
pedido gambas para mojar en el café. Antonio me miraba divertido.
-¿A tu edad?
-¿Qué más da la edad? No me gusta el café y punto.-le respondí con mala cara,
y él soltó una carcajada divertido.

Al menos ahora estaba menos nerviosa, lo suficiente para soltarle algo así.

-Muy bien, dime, Sara, ¿por qué has venido?
-No lo sé, ni siquiera pensaba venir.
-Bueno, como ves, no soy un tipo peligroso- dijo suavemente.
-Yo que sé, no te conozco.
-Bravo: mujer precavida vale por dos.
-Eso dicen.
-Hace poco que te leo en la página, no llevas mucho, ¿no?
-Pues no, la verdad es que no, apenas unas semanas.
-Pero has entrado de lleno, escribes mucho.
-Me entretiene.- solté a la defensiva- Al fin y al cabo, es mejor que quemarme las neuronas con la TV.
-No suelo ver mucho la televisión, no tengo tiempo.
-Pero tampoco participas en los hilos.
-No me gusta entrar al trapo. Cuando llevas tanto tiempo como yo, ves que
todas las preguntas se repiten, que sólo hay batallas personales, y me cansa.

Encendí un cigarro, y me fijé en el anillo que llevaba.

-¿Casado?
-¿Importa?-miraba mi cigarro.
-Realmente, no.- me sentí incómoda, di otra calada mirando hacia la calle.
-¿A qué te dedicas?
-Trabajo en la universidad como adjunta, en el departamento de Paleontología.
-Vaya, qué divertido, dinosaurios.- despegó su mirada de la mía para dedicarle una gran sonrisa al camarero, que depositaba con cuidado el pedido sobre mesa
-Gracias.
-En realidad estoy más centrados en otro tipo de fauna mucho menos interesante: "conchitas"... ¿y tú?
-Arreglo cosas.

Menuda vaguedad.

-Aha. ¿De qué quieres hablar?¿de lo divino o lo humano?
-¿Por qué elegir?
-Pues sí, ¿Crees en Dios?

Y ahí tuvo comienzo una larga charla sobre una y mil cosas: religión, política, efecto invernadero, gastronomía... el tiempo pasaba volando. Las seis de la
tarde dieron paso a las siete, a las ocho, a las nueve, a siete cigarros y cuatro
cafés. Me parecía increíble que aquel mismo hombre, atractivo e inteligente, me
hubiese "entrado" de la forma más vulgar posible en un chat. Reí una broma y me armé
de valor:

-¿Y tú por qué has quedado?
-Quiero follarte -me dijo con seriedad.
-Ja ,ja, ja... vaya, qué directo- El tan sólo sonrió. Yo apagué el pitillo como si
estuviera asesinando el cenicero. Estaba muy, muy nerviosa.
-Me tengo que ir.
-Si quieres, te llevo.
-Eh… no, no hace falta.-de pronto pensé en todo aquello que me decía mamá de no hablar con desconocidos.
-Como quieras.
Se levantó con cuidado y fue a pagar. Yo, con un suspiro, aliviada por el pequeño paréntesis, recogí mi bolso y fui al servicio. Mi cara estaba colorada, y no sé por qué, al lavarme las manos tuve un impulso y entré de nuevo en el cubículo a quitarme la ropa interior. El aire era frío y al rozar mi brazo la puerta, los pezones se pusieron durísimos. Metí a toda prisa las prendas en el bolso y me vestí.
Dudé si volver a ponérmelas al ver mi reflejo en el lavabo. Se notaba claramente que no llevaba nada.
Al carajo.
Antonio esperaba en la puerta y cogiéndome del hombro, salió del sitio.

-Tengo el coche justo ahí atrás, ¿seguro que no quieres que te acerque?
-Mmmmh... me da cosa.
-No seas tonta, no como.
-No es eso...
-Ya.- rió levantando la ceja.



-Vale. Déjame a la mitad de la Avenida Andalucía, ¿sabes dónde queda?
-Claro.

Hicimos el viaje en silencio. El coche olía bien, y yo miraba por la
ventanilla intentando no prestarle mucha atención.

-Por aquí es, ¿no?
-Eh, sí… vivo en una de esas calles de atrás.
-Vale, te acerco.

¿Por qué diablos le había dicho eso?

Mi calle no tenía salida, ya era de noche y se veía francamente solitaria, aún a pesar de estar justo al lado de una de las calles más transitadas de la ciudad.
Paró el coche y abrió su puerta, yo hice lo mismo, pensando en cómo despedirme... realmente no sabía si la cosa había ido bien o mal.

Tal vez piensa que soy una estrecha.

-Bueno Antonio,-dije con mi voz más amable y una sonrisa de oreja a oreja-me alegro mucho de conocerte, ha sido un placer.

El no respondió. Se acercó lentamente a mí, serio, mirándome a los ojos. Una mano tocó suavemente mi mejilla, pasando muy despacio hasta la nuca.

-Ven- dijo con calma, yo no pude desobedecer.

Mi cara está a medio centímetro de la suya. Lo siento cerca, muy cerca, tanto
que el estómago me da mordiscos, tanto que ni siquiera atino a respirar. Me huele.
Pasa su nariz por mi cuello, mis orejas, mi frente, mis labios. Y susurra:

-Hueles mal, cariño. No me gusta el tabaco.

Desvío la vista... me doy cuenta de que estoy temblando. Con un dedo recorre mis labios, los dibuja con suavidad. Yo, instintivamente los humedezco con la lengua y
sin pretenderlo, me sorprendo lamiéndolo con avidez, como si fuese su polla.
El dedo baja lentamente por mi cuello mojado de mi propia saliva, trago con
dificultad. Recorre en línea recta mi chaleco, y mete la mano dentro de él, cogiendo
mi pecho con tranquilidad. Su pulgar roza el pezón erecto y jugueteando con él, sonríe.

-¿Y esto?¿para mí?

No consigo articular palabra.

-¿Qué más hay para mí, Sara?
-No sé...
-¿No sé?-dice imitando mi voz-¿Seguro?

Otra vez sus dedos vuelven a bajar, y yo arqueo la espalda, me muevo
nerviosa. Respiro acelerada, casi estoy hiperventilando... su mano fría, firme, abarca mi sexo con la palma. Soy un cable lleno de electricidad, tensada y a la espera del más mínimo movimiento para saltar. Me aprieta mientras busca, mientras exige que le mire.
Sobre los vaqueros un dedo recorre mi raja, la tela está caliente, húmeda. Apoyando su frente en la mía, desabrocha el pantalón y mete la mano dentro. Busca sin titubear, empapándose de mí, y siento cómo uno de sus dedos entra lentamente, mientras yo me tenso.

-Shhhhhhh...tranquila.

¿Tranquila?¿Tranquila? Jamás había sentido algo así.
Suspiré.

-Vale.

Sin apartar los ojos ni un momento de los míos, empieza a masturbarme.
Dentro, fuera, dentro, fuera, rozando con el pulgar mi clítoris en una cadencia
perfecta. Yo con cada intrusión gimo más fuerte, mojándole aún más la mano.
Estoy sufriendo: estamos en medio de la calle y apenas acaba de oscurecer.
Todavía hay gente que tiene que llegar a casa. Mis vecinos con los niños, cualquiera buscando aparcamiento, pero no puedo, no me dejas sitio para pensar.
Vibro, gimo, te miro, me retuerzo. Estoy a punto de correrme, te agarro el brazo con fuerza, quiero que pares, quiero escapar...pero sigues.

-Ant..tonio, antonio, antonio, antonio...

No sé por qué, tu nombre, casi como una oración, sale de mi boca. Continúas
dentro de mí, sintiendo mis espasmos, aguantándome contra el coche para que no me caiga. No dices nada, tu cara no dice nada, o tal vez sólo sea que esté oscuro.

-No cr...-me callé con un sordo gemido de protesta cuando al sacar tus dedos, me hiciste lamerlos.
-Adiós, Sara.

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