martes, 24 de mayo de 2011

5.-CASCABEL


-¿Y esto?- preguntó cogiendo mi colgante.
-Mi cascabel.
-Un cascabel, como los gatos -dijo tirando de él- ¿entonces tienes dueño, gatita?
-Sí y no.
-¿Sí y no? -repitió divertido- Explícate.
-Yo soy mi dueña, yo compré este cascabel.
-Aha.
-¿Por qué? -pregunté insegura.
-Sabes que te sobra, ¿no?
-¿Por qué coño me va a sobrar?
-Habla bien.
-No me sobra, es mío, soy mía.
-No.
-Ah, ¿no? -le miraba desafiante, retorciendo un trozo de papel en las manos.
-No, sabes que no -recogió un mechón de pelo tras mi oreja- Eres mía.
-No.
-Sí. -sostenía mi mirada, había acero en sus ojos.
-No hemos hecho nada.
-¿Tienes prisa?

Me sonrojé.

-Te odio.
-No es cierto, más bien todo lo contrario.
-No. Te odio.
-Cada vez que lo dices, me haces más fuerte, ¿lo sabes?
-Lo sé, -bajé la cabeza- me gusta hacerte fuerte.

Durante algunos instantes hubo un silencio que me hizo sentir incómoda. Miré la mesa del bar donde estábamos sentados. Estaba llena de papeles de servilleta retorcidos, una de mis formas de calmar el mono de tabaco. Tendió la mano con un billete y me dijo que fuese a pagar. Me levanté sin rechistar, eso me daría tiempo para recomponerme.
Recuerdo cómo conseguí el cascabel hace años. Sonrío. Poco a poco se ha convertido en algo más que un trozo de metal. Su sonido, su tacto frío se han convertido ya es una parte de mí. Simbología del bdsm, puro atrezzo. Tal vez de forma intuitiva siempre me he sentido un poco sumisa.

-¿Un cascabel de plata?¿como los gatos? -mi tía me miraba extrañada- ¿para qué quieres eso, niña?
-Porque me gusta. -dije simplemente.
-¿Y no quieres mejor un anillito de estos tan monos?-levantó un muestrario con joyas de oro y yo torcí el gesto.
-No, Tita. Quiero eso.
-Bueno, tú sabrás, es tu regalo de cumpleaños. Se lo pediré a Emilio.

Habíamos quedado esa semana varias veces en el bar. Siempre recibía de improviso su llamada, citándome para apenas unas horas después... pero desde aquel primer día, no había vuelto a tocarme. Tan sólo hablábamos y hablábamos. Mi familia, mis relaciones, mi pasado. Él nunca preguntó por mi salud y yo nunca comenté nada sobre ella. Parecía estar midiendo cada una de mis respuestas y gestos, pero no decía casi nada sobre sí mismo.
Miro por la ventanilla. Hoy, 7 de Julio, llueve a cántaros,y la cosa no parece ir a ningún lado.
Casi me siento estúpida por haber dejado de fumar, por arreglarme corriendo como una niñata en los servicios del instituto.
"Te has equivocado, Sari, este tío está jugando contigo".
Antonio no siguió el mismo recorrido que otras veces.¿Nuevo camino?
No.Dirección contraria.Me pongo nerviosa y pregunto.

-¿Dónde vamos?
-Por ahí.
-¿"Por ahí", dónde?
-Ya lo verás.
-¿Por qué no me lo dices?
-¿Por qué preguntas tanto?
-Vale, suspiré.

Salimos de la ciudad, cruzando varios kilómetros de campo y algún pueblo, hasta que finalmente paramos en una carretera en medio de la nada. Él se bajó del coche y abrió con una llave la cadena que impedía continuar el paso. Yo aproveché para mirar el móvil. Nada, no había cobertura.

-Menudo tiempo hace -dijo alegremente al entrar en el coche, frotándose las manos con fuerza antes de reanudar la marcha.
-¿Dónde estamos?
-En mi casa.
-¿Vives solo?
-Aquí no hay nadie más.

La casa protegía de miradas indiscretas el interior del jardín con un gran muro. Era una finca de un tamaño considerable, con un hermoso jardín y piscina. En la entrada no había felpudo, y todas las ventanas estaban cerradas a cal y canto.
Antonio recogió mi abrigo al entrar, y me invitó a curiosear. Aún algo inquieta, empecé a andar por el largo pasillo, escuchando mis pasos sobre el parket. Olía a polvo, se notaba que la casa llevaba un tiempo sin usarse. El salón, por llamarlo así, era una habitación prácticamente vacía, de techo alto y estilo rústico, con tan sólo una alfombra junto a la chimenea.

-¿Quieres comer algo?
-Eh... vale.
-Siéntate por ahí
-Ja,ja,ja... ¿dónde quieres que me siente?
-Ahí.-señaló la alfombra.

Desapareció por una puerta, y me senté donde él había dicho.
¿Pero cómo me siento?¿de rodillas?¿como las piernas cruzadas?¿tumbada?¿cómo cojones se sienta una sumisa?¿debería descalzarme?¿y si me huelen los pies?¿y qué hago con los zapatos?¿y si me desnudo?

Rápidamente me eché al suelo e intenté sacar las botas de un tirón, pero no salían. Con los nervios, esta tarde había anudado demasiado bien los zapatos, y no había forma de sacarlos. A la desesperada, retorcí la pierna hasta dejar el pie a la altura de la boca, y empecé a morder el nudo para aflojarlo. Súper atareada en aquella extraña postura, no había escuchado llegar a Antonio. Él se reía con fuerza mientras yo, poniéndome colorada y tiesa como una estaca, me quedé sin saber qué decir.

-¿Pero qué haces?
-Pues aflojarme el zapato, respondí con brusquedad.
-Ah, bien...¿te ayudo?
-Da igual.
-Dame tu pie.- Se sentó a mi lado.
-Que da igual.
-Dame tu pie, Sara.
-Déjalo, Antonio. Estoy bien así,de verdad...
-Dámelo.
-¿Para qué?
-Para que me lo des.
-Da igual, en serio.

Él simplemente tendió su mano y esperó a que cediese.

-¿Siempre eres tan cabezota?
-No.
-Mira, es fácil- sacó de su bolsillo una pequeña navaja y cortó el cordón con un simple movimiento- Sólo hay que dejarse ayudar.
-Ya.
-Te cuesta pedir ayuda, ¿no?
-Un poco.Bueno,¿qué hacemos aquí?
-Además, impaciente- contestó divertido mientras se deshacía de las botas de una forma nada sexual.

Había traído consigo una bandeja con una taza

-No hay mucho en la nevera, la verdad. No suelo venir mucho.
-Me gusta la sopa.
-También encontré esto por un rincón, se nota que a la casa le hace falta una buena limpieza.
-Ja, ja, ja... ¡un caracol!
-Sí, mira -lo dejó entre mis manos— está dormido aún...
-Se habrá asustado.
-Dale un rato, seguro que se repone. Toma, ve comiendo.-Cambió el caracol por una taza de sopa caliente.
-¿Tú no comes?
-No tengo hambre aún.

Sorbía la taza tendida junto al fuego, y Antonio, con voz suave empezó a contarme anécdotas de su niñez en esta casa, por lo visto era de su familia desde hacía bastante tiempo. La sopa confortó mis manos, y poco a poco, ayudada por la calidez del fuego, hizo que mi cuerpo volviese a entrar en calor.
Su voz profunda y pausada me arrulló, me llevó a un extraño estado de duermevela. Y la luz del fuego se hizo menos brillante, y la alfombra más mullida, y su voz más lejana.

-¿¿Qué..? -me espabilé de golpe al sentir algo frío en el pie.
-Quieta -me paró al intentar incorporarme.
-¿Qué tengo ahí?
-Un amigo.
-¿Un qué? -caí en la cuenta- Ah, el caracol.
-Ajá.
-Me hace cosquillas al andar.
-¿Sí? -Miraba mi pie absorto- date la vuelta,quiero verte mejor.

Temí que el bicho se despegara al moverme, pero tan sólo se arrastró por la piel para quedar de nuevo a favor de la gravedad. Yo permanecía quietecita, boca arriba, sin saber qué hacer.

-¿Ves? -se tendió en el sentido contrario, para ver mejor el caracol.- Son muy listos.
-"Gasteropudus". Gasterópodo, como el caracol. ¿Te gustan mucho?
-Los caracoles son seres fascinantes.
-¿Fascinantes? -dije con escepticismo.
-Sí, mira -se incorporó un poco y lo cogió entre sus dedos -¿Ves cómo se protege? Su instinto le dice que soy más fuerte que él.
-Sí.-dije con cara de pocker.
-Es un animal muy paciente. Mira cómo hace su caminito sin mirar atrás.-extendió la baba por mi piel- Así debemos ser Sara: siempre mirando hacia delante, impregnándolo todo de nuestra esencia, de nuestros deseos, para que nuestro camino sea mucho más fácil.
-¿Sacas todo eso de un caracol?
-Merece el mismo respeto que cualquiera de nosotros.
-Me cuesta creer que nadie sea fan de los caracoles.
-No es algo sectario. Se trata de extrapolar nuestra esencia a cualquier otra cosa, de aprender a encontrarnos, a amarnos al reconocer lo más importante del ser humano en un simple bicho: la vida.
-No me siento especialmente vitalista.
-¿No deseas vivir? -dejó de nuevo el caracol sobre mi cuello.
-Claro que sí. -dije incomoda.
-¿Entonces? -cogió el tazón comprobando su temperatura.
-La vida es puro azar, no vale de nada ensalzar algo que no poseemos, algo que más bien nos posee a nosotros.
-¿Y por qué no te suicidas? Eso te haría dueña de tu vida,¿no?
-Es cierto, lo haría. Pero tengo miedo.
-¿Miedo?
-Miedo a la muerte, miedo a irme sin ser feliz, sin estar llena.
-Una taza vacía.

Una conversación casual, sí. Él no podía saber qué me pasaba. Pero cómo era posible que diese tanto en el clavo, ¿estaba cachondeándose?.
Siento cómo el caracol se arrastra lentamente por mi cara, dejando un rastro transparente tras de sí. Con un brusco empujón vuelve a detenerme cuando me intento levantar.

-Te dije "Quieta".
-¿Por qué?
-Vas a ser mi taza.
-¿Qué...?

La taza fue alejándose más de suelo. Una mano bien torneada, con un caro reloj y uñas cuidadas, se situó sobre mi vientre,dejando caer el caliente líquido amarillo. Mi piel se erizó al instante. Me ardía, y allí donde aterrizaba el liquido quedaba una senda rojiza con tropezones.
Luché contra el instinto de retorcerme. Qué extraña magia. "Quieta",había dicho, y me sentía más atada que con cualquier cadena.

-Quiero que tires ese cascabel, ya no te hace falta.
-¿Por qué?
-Porque ahora yo cuido de ti.
-¿De mí?
-Sí. -Dejó caer un gran chorro de sopa sobre mi pecho.
-Ahh... quema...
-Lo sé. -acarició mi frente- Y ahora escucha con atención,Sara: quemar esta piel, rajar esta piel, pinchar esta piel es ya sólo es cosa mía,¿queda claro?
-Vale. -pareció no gustarle mi respuesta,ya que agarró mi mandíbula para que le mirase.
-¿Queda claro, Sara?
-Sí.

Sonriendo satisfecho se inclinó sobre mí, y sorbió el líquido acumulado en las cavidades de mi torso. Inspeccionó cada parte de mi cuerpo en silencio, con cuidado. "Ahora así, ahora asá", decía: como una muñeca de trapo en sus manos, como un caballo en la feria.
Cuando menos me lo esperaba, la primera hostia llegó.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.
Un leve crujido de mandíbula, acompañado de un dolor agudo.
La adrenalina, los nervios, las ganas... no pude evitar echarme a llorar.
¿Era esto lo que buscaba?

-Tranquila.- recogió mis lágrimas- Sólo di "basta".

Yo callé, y el siguió. Una extraña lucha estaba teniendo lugar: yo sin soltar prenda, él sin perder el ritmo. Me retorcí, chillé y supliqué más. Algo me hacía no ceder, algo me decía que ese dolor era bueno, que era necesario, que, tal vez,así redimía mis pecados.
Durante horas fui usada a su antojo, hasta que una tremenda calma me sobrevino: sólo podría compararla con la paz tras el orgasmo. Endorfinas, decían las letras.

"Basta",dije.

Todo estaba bien junto al fuego, en sus manos.
Mi sitio,mi lugar,estaba con él.

-Sari,¿me escuchas?
-Claro.-Enjuagué lentamente el plato.
Pablo estaba a mi derecha, hacía un monólogo horrible sobre gestión de personal. Calva incipiente, barriga sospechosamente curva, ropa sacada de las rebajas de Enero de el Corte Inglés.
Hubo un tiempo en el que no era así.
¿Cuándo había empezado a odiarle?

-Te decía que Juan piensa celebrar otra barbacoa el sábado.
-Aha.
-¿Y bien?
-¿"Y bien", qué? -frotaba absorta el fondo de la sartén.
-No me estás escuchando.-Pablo empezaba a estar enfadado, lo sé porque pegaba golpecitos con el pie al fregadero.
-Que sí, coño.
-¿Qué te he dicho?
-Juan.
-¿Juan qué?
-Juan piensa celebrar una reunión de "pelotas" el sábado, y tú quieres que vaya. Y yo no voy a ir.
-¿Por qué no quieres ir?
-¿No me escuchas tú? Ya hemos hablado de esto,¿"simplones" qué te dice?
-Que no te acuerdas de que aparte de ser mi amigo, es mi jefe.
-Ve tú, la última vez te lo pasaste pipa tras la barra.
-Nena, sabes que no está de más ganar puntos en este tipo de ocasiones.
-Se ríen de ti. -remarqué la frase con un sonoro cacerolazo en la encimera.
-No seas así .-Intentaba sosegarme con un tono suave.
-Eres un mierda, y no van a ascenderte.
-¡Ya basta, hostia! ¿Por qué lo haces tan difícil? La última vez te lo pasaste bien sentada sobre esa misma barra, riéndote de todo el mundo.
-No me apetece.
-¿Qué te pasa, Sara? -se acercó por detrás para abrazarme.
-¿A mí? Nada.
-No me jodas, que ya son cinco años y nos conocemos. Nunca habías estado tan apática... ¿te he hecho algo?

"Matarme de aburrimiento lentamente",pensé.

-Nada, Pablo. Son cosas tuyas. -intenté esbozar una sonrisa- Sólo estoy cansada.
-¿Seguro?
-Seguro.

Mentirosa de mierda.
Parecía haberse tranquilizado. Al fin y al cabo, mientras el problema fuese mío, de mi regla, de mi dolor de cabeza, de mi cáncer terminal secreto... todo estaba bien. Aprovechó la cercanía para cogerme las tetas.

-¿Entonces no tienes ganas de nada?
-No especialmente.
-¿Seguro?-murmuró en un tono socarrón-¿de nada,de nada?

Pellizcaba con delicadeza mis pezones, meciéndose al compás de alguna música imaginaria. Yo no sabía cómo quitármelo de encima sin ser brusca.

Antonio,Antonio,Antonio...

Mi cabecita sólo sabía repetir eso.

-Ahá. -yo seguía fregando platos con fingida indiferencia, me molestaba sobremanera que me clavase la polla en la pierna como si fuese un perro.
-¿Y si te hago esto?-Lamió torpemente mi nuca, y un desagradable escalofrío recorrió mi espalda.
-Pablo...
-¿Sí?
-Para.
-¿No tienes ganas de ser mala? -empezó a subir mi falda.
-Pablo, por favor...
-¿No quieres que te follen como a una perrita, ehmm?
-Estoy fregando.
-Pues deja los platos y sé buena.- acariciaba mi ano con un dedo ensalivado, no parecía dispuesto a ceder fácilmente.

Suspiré al cerrar el agua del grifo. Ahí estaba yo, en mi cocina, con mis platos y mi fregadero, con un prometido a punto de follarme el culo. Escuché el ruido de cremallera al bajar apresuradamente, y no quería, no quería saber nada más.

-Te voy follar el culo, Sarita...

Parecía tan concentrado en su tarea. Su respiración agitada, su ansioso "mete y saca" dáctil, la cabeza de su polla en mi nalga... abrí las piernas e intenté relajarme. Pablo no merecía más desprecios. Al fin y al cabo, era el camino, el camino del silencio,el que yo había escogido.

Antonio,Antonio,Antonio...

Apreté mi esfínter para retener el líquido. Él seguía jadeando contra mi nuca. Lo aparté suavemente y subí mis bragas, echando a andar hacia el baño.

-¿Estás bien, cariño?
-Sí.-sonreí sin mucho afán.

Limpié mi culo lentamente, expulsando todo lo que no debería estar ahí. Incluso el agua parecía llorar conmigo. Me sentía sucia, sentía que le estaba fallando, que Pablo no era más que un intruso, el profanador de la propiedad de otro.
Miré el cascabel que prendía de mi cuello, y a mi cabeza vino el "cling-cling" de fondo que hacía escasos minutos se había escuchado al compás de cada embestida.

Se Acabó.

Arranqué la cuerda de un tirón y tiré a la papelera el cascabel. Sequé mi cuerpo con firmeza y rapidez. Una nueva determinación, salida como de la nada, me empujaba a arreglar las cosas.

-Sara, ¿y el mechero? -ajeno a todo, Pablo se afanaba en tomar "el cigarrito de después".
-Ya no fumo.
-¿Qué?¿que ya no fumas?¿desde cuándo?
-Semanas.
-¿Sí? -rió sorprendido- eso es fantástico, cielo. Me alegra que te leyeses el libro de la mujer de Juan.
-Ah, ese libro. -me dejé caer pesadamente en el sofá- Era una mierda.
-Pues tú has dejado de fumar.
-Pero no por el puto libro.
-Bueno, como sea, el caso es que funciona. Amparo estará encantada cuando se lo diga.
-Se acabó.
-Creo que deberías ponerte el vestido azul para el sábado, estás muy elegante.
-Te dejo.
-¿Qué?¿tienes que irte? -mira el reloj- Cielo, son las 3. ¿Tienes reunión esta tarde?
-No. Quiero que me des las llaves del piso.

[Silencio]

-No te entiendo, Sara.

Por fin parecía procesar la información. De pie y aún en calzoncillos sostenía estúpidamente el mando de la tele.

-¿Qué quieres decir?
-Que no quiero seguir contigo Pablo, que se acabó. -abracé mis rodillas y escondí la cara, susurrando- Fuera de mi casa.
-Estás de coña -sonrió con inseguridad-¿no?

Yo sólo levante la cabeza y le miré a los ojos.
Puta.Era una puta.Él me había convertido en una puta.

-Pero a qué viene esto, Sari...si estabas bien hace un momento. -pantalones puestos- No puedes cambiar así en dos segundos, no es lógico.
-Mentira. -sonreí amargamente- Sabes que dejado que me folles por compasión, sabes que no quería hacerlo.
-No sé de qué hablas. -dijo incrédulo, retrocedió hasta chocar con la mesa.
-Da igual Pablo. Estoy harta. Harta de ti, harta de esta vida de mierda, harta de tu trabajo, harta de tu barriga. Y ya está. No hay nada que decir. Deja las llaves y cierra cuando te vayas.
-¿Me dejas "por mi barriga"? -empezaba a sollozar.Patético.- Sara... yo... puedo cambiar.Te quiero,podemos intentar ir a un consejero, o darnos un tiempo, o no sé... algo.
-Que no, coño.-me hartaba- Mírame a los ojos y dime qué ves.
-Sara, por favor...-estaba realmente asustado.Esto no era un farol.
-Que te vaya bien, Pablo.

Soy feliz porque sé que tú serías feliz
Tuya.
Ahora soy realmente soy tuya.
Y eso me llena, y eso hace que piense en lo que está por venir.
Ilusión.
Nervios.
Y sin tabaco.

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